Enterrado Vivo: Una Historia de la Asombrosa Gracia de Dios
Noticias relacionadas
In Memoriam: Félix Jiménez, Un Visionario y Compasivo Líder de la Fe
“Venga Tu Reino”: La Alianza Regional de Asia-Pacífico se Reunió en Vietnam para Empoderar a la Próxima Generación
AWF Acoge el Primer Foro Sobre Teología e Identidad de la Alianza en España
La Alianza Latinoamericana se Reúne en México Para Recordar el Llamado Como “Testigos de Cristo en Todo Lugar”
Hace 67 años nació un bebé en una remota tribu indígena de la amazonia peruana. La madre, al momento de dar a luz, cavó un hueco y lo enterró vivo. En ese preciso momento, el jefe de la tribu apareció providencialmente, rescatándolo de una muerte segura.
Esta práctica ancestral en la etnia Shipibo produjo un resentimiento hacia mi madre. Cuando los misioneros extranjeros llevaron el evangelio a las comunidades nativas, se dejó de practicar el infanticidio.
Tenía diez años cuando una mujer shipiba me habló del amor de Dios en mi propio idioma. Entendí el mensaje del evangelio, entregué mi vida a Jesús y perdoné a mi madre. El Señor comenzó a sanar mis heridas. A los 12 años me bauticé ya los 16, después de terminar mi educación primaria, salí de mi comunidad hacia la ciudad de Pucallpa. Ingresé al Instituto Bíblico de la Misión SAM, donde empecé a aprender a leer, escribir y hablar en español con la paciente ayuda de misioneros extranjeros. Fui el único que se graduó de la promoción. Recuerdo que predicaron sobre Gedeón, un campesino pobre, el último de la familia, pero Dios lo usó grandemente y me identifiqué con él.
Luego, el Señor me abrió las puertas del Instituto Teológico de la Alianza, donde aprendí a vivir entre hispanohablantes, en un contexto muy diferente al mío. Muchas veces me sentía frustrado porque no sabía cómo conducirme o no entendía bien el idioma español porque mis compañeros hablaban muy rápido. El sistema de enseñanza era muy diferente al mío, donde se aprende viendo y practicando, de forma relacional. Lo que no sabía era que aquí el Señor me estaba entrenando para aprender sobre el mundo occidental, ya que años después conocería a Rebeca, una misionera de Lima, Perú, a la que pedí que sea mi esposa después de regalarle una papaya. Nos casamos en 1991. El Señor nos regaló un hijo llamado David, después de cuatro perdidas de embarazo.
Recibí el llamado misionero a través de Mateo 16:26: “Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”. Entonces le respondí al Señor: “Te daré mi vida y mi juventud para servirte, pase lo que pase, hasta los últimos días de mi vida”.
Estudié una Licenciatura y una Maestría en Misiones, porque sabía que cuanta más preparación tenga un indígena, puede servir mejor al Señor ya su pueblo. Durante mi labor misionera aprendí que el ministerio que Jesús desarrolló fue integral, porque se identificó con las necesidades físicas y espirituales del ser humano. Por eso, el ministerio misionero que vengo desarrollando entre mi pueblo con mi familia es integral.
Participé en el equipo de traducción de la Biblia en el idioma shipibo y dirigí un programa de capacitación misionera transcultural, movilizando equipos para misiones de corto plazo a comunidades indígenas. Y actualmente estoy ejecutando proyectos de desarrollo comunal en mi pueblo.
Estamos concluyendo la construcción del tercer puesto de salud de atención primaria en una comunidad shipibo. Los indígenas shipibos también hacen uso de su medicina tradicional, la cual ha sido satanizada por muchos creyentes de forma equivocada. Durante la pandemia, mi familia y yo estuvimos hospitalizados casi un mes. En este tiempo me preguntaba: “¿Qué desafíos y oportunidades presenta la práctica de la medicina tradicional para la iglesia indígena en el contexto del COVID-19?” La medicina tradicional generalmente ha sido juzgada como “diabólica”, sin hacer una evaluación responsable e informada de los conocimientos indígenas.
En su gracia, el Señor permitió que saliéramos del hospital, y luego de restablecerme, decidí realizar el trabajo de investigación, para obtener el grado de Doctorado en Teología del South African Theological Seminary (SATS), titulado: “Práctica de la Medicina Tradicional en la Comunidad Shipibo de Cantagallo en el Contexto del COVID-19: Un Acercamiento desde la Perspectiva de la Misión Integral”.
El tema se abordó desde una lectura bíblico-misionológica, evaluando las dos cosmovisiones: la indígena animista y la evangélica cristiana, en sus encuentros y desencuentros, siendo necesario brindar una orientación a la iglesia shipibo que recurre a la medicina tradicional.
Como investigador del tema, y siendo un indígena, tengo un conocimiento personal de la problemática de salud y de la cosmovisión de mi pueblo. Además de haber tenido como padre al Kuraka Sankensheka (Teófilo Márquez), quien fue chamán antes de convertirse al cristianismo. Después de su conversión, mi padre continuó curando a los enfermos, pero ahora, sin evocar los espíritus de las plantas, sino orando al Dios Creador de las plantas. Él construyó la primera iglesia evangélica y la escuela bilingüe en la comunidad.
Ante las necesidades físicas y espirituales que viven mis hermanos indígenas shipibos, la parábola del Buen Samaritano que Jesús le contó al indiferente doctor de la ley, nos desafía cuando dijo: “Ve y haz tú lo mismo” (Lucas 10:37).
Para concluir, pido sus oraciones por el libro autobiográfico inédito que estoy escribiendo. Irake, Riosenbi mato akinbanon. (Gracias, Dios los bendiga.)