El Manifiesto de Guayaquil – Desafíos
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El Manifiesto de Guayaquil, aprobado en la última Asamblea de la AWF, pretende presentar nuestra respuesta a los desafíos que enfrentamos hoy como movimiento misionero. Esta es la primera de una serie de reflexiones sobre el manifiesto que serán escritas por miembros de la Comisión Internacional de Educación Teológica de la AWF. Estas reflexiones apuntan a fortalecer nuestra identidad como movimiento misionero cristocéntrico.
Ni que decir tiene que Jesucristo era un hombre de su tiempo, de su cultura, con amplios conocimientos de su religión y de la política hebrea-nacionalista y romana. Jesús no ignoraba su tiempo, pero supo expresar su evangelio a la sociedad.
Estamos viviendo tiempos que ninguno de nosotros soñaba hace algún tiempo. La pandemia del COVID-19 ha tenido un severo impacto sanitario, pero también ha sido una época que inauguró transformaciones sociales, dadas predominantemente por la nueva concepción del Estado durante la pandemia. El Estado ordenó encerrarnos en nuestras casas y, entre otras cosas, prohibió el ejercicio religioso y el cierre de los lugares públicos de culto. Para ayudar a los innumerables millones de personas empobrecidas por el COVID-19, el Estado tuvo que responder con profundas restricciones económicas y gastos flagrantes. Las monedas se devaluaron inevitablemente y la deuda nacional aumentó drásticamente. La inflación se convirtió en parte de nuestras economías. Curiosamente, la nueva interpretación de la autoridad del Estado no hizo que nos sintiéramos perseguidos, ni que nos opusiéramos mayoritariamente a ella. Más bien, nos sentimos protegidos. La pandemia, en cierto modo, detuvo el mundo, y en cierto modo nos integró en nuevos modos de existencia.
Sin duda, la pandemia generó más pobreza, más miseria, e impulsó más movimientos de inmigración hasta el punto de que ahora tenemos una demografía mundial cambiante. Nadie estaba honestamente preparado para estos cambios sociales. En la migración masiva se ha incluido el dramático aumento de los desplazados internos. Nada ha puesto más de relieve esto en los últimos tiempos que la sorprendente e inexplicable guerra entre Rusia y Ucrania. Sin discutir las causas o incluso las consecuencias, la guerra ha puesto a prueba a las principales instituciones (OTAN; ONU) mostrando la debilidad política y moral de estas entidades.
¿Cómo responder a estos retos estructurales? La Alianza debe volver al adagio de “entender los tiempos” (Isacar, 1 Crónicas). El epicentro del poder ha cambiado. Ya no es una cuestión de Occidente-Oriente. Nos interesa saber en qué medida esto afecta a la iglesia, y a su compromiso con la evangelización del mundo. ¿Podemos insistir como hace años en que el epicentro de las misiones ha cambiado del Norte al Sur? Mi opinión es que esta afirmación antes defendida, no puede, ni siquiera hoy, mantenerse en pie. La globalización como concepto marca, en cierto modo, la desaparición de las filosofías ministeriales basadas en los cuatro puntos cardinales. El estado actual del mundo debería haber obligado a redefinir los roles y los comportamientos misioneros. Faltó una geopolítica misionera que respondiera a nuevos componentes como: la diáspora y su importancia, la inmigración, y evitar la negligencia de un reduccionismo misionero que nos cegara ante las grandes realidades de un mundo globalizado que no es alcanzado por el evangelio.
Obviamente, no podemos ignorar que cientos de misioneros de la Alianza ofrecen hoy sus vidas al servicio del Señor. De eso no hay duda. Pero la Alianza tiene que navegar por nuevos mares y siendo así (1) debe acordar estrategias misioneras actualizadas a este siglo; (2) debe trabajar con una mentalidad de unión y trabajo en equipo ante el desafío misionero; (3) debe elevar los estándares del servicio misionero; (4) el viejo lema sigue siendo válido, “dame el mundo o me muero”; no es simplemente un toque de poesía conmovedora, esa pasión debe ser la realidad; (5) la Alianza necesita redefinir las funciones de sus contingentes misioneros y las inversiones de recursos económicos e indudablemente; (6) todo esto debe hacerse en un clima de profunda oración, humildad, respeto y hermandad. En medio de todo esto podemos descansar sabiendo que Dios, como siempre, obrará bendiciendo.